¿Cuántas máscaras llevas puestas?
- Ram Barreda
- 20 mar
- 3 Min. de lectura
Vivimos en un mundo donde, consciente o inconscientemente, usamos diferentes máscaras para encajar, para protegernos, para evitar que nos vean como realmente somos. Nos acostumbramos a actuar dependiendo de la situación, a interpretar personajes según lo que creemos que los demás esperan de nosotros.
Está la máscara del “todas mías” o “todos míos”, esa actitud de autosuficiencia extrema donde fingimos que podemos con todo, que nada nos duele y que los sentimientos de los demás no nos afectan… mientras, por dentro, estamos quebrados. Está la máscara de la felicidad, donde mostramos una vida impecable, llena de sonrisas y éxitos, aunque por dentro estemos lidiando con tristeza, ansiedad, incertidumbre o miedo.
También está la máscara del valemadrismo, donde nos ponemos en una actitud de indiferencia o frialdad con las personas que más queremos, solo por miedo a que nos vean vulnerables, a que descubran nuestras inseguridades o, peor aún, a que nos lastimen. Construimos barreras disfrazadas de indiferencia, cuando en realidad lo que más queremos es conectar.
Pero, ¿a qué costo?
Porque aunque parezca que estas máscaras nos protegen, en realidad nos alejan. No solo de los demás, sino de nosotros mismos. Terminamos atrapados en el personaje que creamos, actuando el guion que pensamos que los demás quieren ver. Y cuando finalmente queremos bajarnos del escenario y mostrarnos tal cual somos, muchas veces es demasiado tarde.
Lo he vivido en carne propia.
En mis relaciones pasadas, desde el inicio me mostraba con una imagen idealizada. La familia perfecta, la vida perfecta, el “yo” sin problemas, sin grietas. No por querer engañar, sino porque, en el fondo, tenía miedo de que si mostraba todo lo que soy desde el principio, no fuera suficiente. Y al final, esa estrategia siempre terminaba jugándome en contra.
Cuando finalmente quería dejar caer la máscara y ser yo de verdad, la otra persona ya había construido una confianza basada en la imagen que había proyectado. Entonces, cuando aparecía mi verdadero yo, con mis miedos, mis inseguridades, mis sombras, la confianza se tambaleaba. ¿Quién era realmente? ¿El de antes o el de ahora?
Y lo más doloroso es que esa duda la provoqué yo mismo.
Hace cuatro meses decidí dejar de usar máscaras. Tomé las riendas de mi vida, inicié mi proceso de autorecuperación y me enfrenté a mis miedos de frente. Al hacerlo, me di cuenta de que no tiene sentido seguir ocultándome detrás de algo que no soy. Las máscaras desgastan, pesan, consumen energía. Intentar ser alguien más o aparentar que todo está bien cuando no lo está, solo retrasa lo inevitable: tarde o temprano, la verdad nos alcanza.
Al principio no fue fácil. Quitarte una máscara es enfrentarte a tu reflejo sin filtros. Es verte con todas tus luces y sombras y decidir que eso está bien, que no necesitas más. Y sí, da miedo. Soy consciente de que quizá no todos van a aceptar al verdadero yo, pero también sé que quienes realmente quieran estar en mi vida, quienes realmente quieran conectar conmigo, me van a aceptar con todo lo que traigo, sin condiciones, sin expectativas falsas.
Y la verdad es que eso es suficiente.
Ahora, cuando conozco a alguien, intento hacerlo desde un lugar real. Sin poses, sin la necesidad de impresionar, sin la urgencia de encajar. Porque lo he aprendido a la mala: si tienes que ocultar partes de ti para que te quieran, entonces no te quieren a ti, quieren a tu máscara.
Me ha sorprendido la reacción de la gente. Quienes realmente me quieren, me aceptan tal cual soy. Las conversaciones se volvieron más profundas, las relaciones más reales. Ya no me preocupo por sostener una imagen que no me pertenece ni por cumplir con expectativas ajenas. Y aunque no todos entienden este cambio, me di cuenta de que lo único que importa es que yo lo entienda.
Ahora elijo ser yo, sin miedo al qué dirán, sin filtros, sin la necesidad de esconderme detrás de falsas apariencias. Porque lo real es lo que permanece.
Así que te pregunto:
¿Cuándo fue la última vez que te mostraste tal cual eres con alguien?¿Cuándo fue la última vez que te permitiste ser tú sin barreras, sin filtros, sin miedo?
Tal vez es momento de empezar.
Comentarios